domingo, 18 de junio de 2017

: ¿Todos los santafesinos nos expresamos artísticamente de la misma manera ? “FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD PROVINCIAL”5º grado 2017

Canciones 

Cofre de sueños  Chacho Muller
Recuerdos que lleva el rio

Manantial oscuro y fiel

Antiguo cofre de sueños
Corazón de chamamè.

Sobre el Ñandutí bravío
De las redes en el sol
Se va cobreando de tiempo
el vivir del pescador.

Mi Paraná, mi Paraná
Viejo cantor
Alma de arena
Vas dejando tu canción
Enamorado de los sauces y del sol.

Humildes velas del río
Con color de cerrazón
Empujando el horizonte
Con su henchido corazón

Un revolear de polleras
Sobre el oleaje alazán
La canoa pescadora
Tranquila como un hogar.



Mi Paraná….

§ 
Por el Sur - huella   

Por la huella del Sur se va mi corazón 
buscándose en la cruz azul de la mañana.
Y me crece un país de verde inmensidad,
un pueblo de raíz que anda buscando el alba.

Empinando lo verde la rama del árbol
libera un verano de río y torcaz.
Empinando la vida la Patria me empina
un grito de Patria de pie sobre el Sur.
Si me buscan el Sur no hay huella que buscar,
la huella de la luz se llama Libertad.
 Por la huella del Sur hay cielo pa’ mirar
y yo salgo a buscar un cielo para todos.
Dame el cielo del Sur al Sur del corazón
y te daré un país por encima del odio.
música: Remo Pignoni y letra: Armando Tejada Gómez 
Para conocer a Chacho.

Muller fue el referente rosarino del folklore

LA NACION
JUEVES 01 DE JUNIO DE 2000



La semana pasada, la muerte del compositor Chacho Muller entristeció al ambiente cultural rosarino. Las radios de esa ciudad se plegaron durante toda la semana a diferentes homenajes hacia uno de los iconos musicales más importantes de Rosario. Pero, a pesar de ello, en los últimos días amigos y músicos comenzaron a movilizarse para que no se remate la casa donde vivía junto a su mujer, Vilma.
Muller tenía 71 años y una decena de obras monumentales -dentro de la música de raíz folklórica- dedicadas a esa geografía costera de la que nunca se quiso ir. El pianista nació en Rosario, ciudad en la que vivió toda su vida, desarrolló su revelador estilo musical y poético y donde murió el martes pasado víctima de un cáncer de colon.
La noticia tardía de su fallecimiento también respondió, de alguna manera, a su condición de músico oculto. "Nunca se quiso mover de Rosario y creo que en Buenos Aires no habría podido sobrevivir", afirma la cantante entrerriana Liliana Herrero.
"Ay Soledad", "Creciente abajo", "Monedas de sol", "La isla" o "Juancito en la siesta" forman parte de esas piezas insuperables que fueron interpretadas por decenas de artistas como Mercedes Sosa, Los Trovadores, Daniel Toro, Jorge Fandermole o Raúl Carnota. "Su condición autoral es impecable y fue uno de los primeros en salirse del libreto, porque era un tipo que seguramente anduvo por el jazz -cuenta Carnota-. Pero a la vez era tan desconocido para el público como el Cuchi y Castilla, Nella Castro y tantos otros tipos cuyas obras son más conocidas que ellos mismos."
Su obra recibió el halago del propio Atahualpa Yupanqui, que le dijo: "Si alguna vez no llega a componer más nada en su vida, cosa que dudo, con el tema "La isla" ya cumplió". La anécdota que retrata el valor de Chacho Muller, quedó plasmada en el sobre interno de "Monedas de sol", el último disco que el músico había grabado en Rosario. Paradójicamente, el segundo en toda su trayectoria.

Anecdotario rosarino

Muller era un declarado antiperonista, insobornable amigo y exquisito anfitrión. Toda la vanguardia folklórica de la década del sesenta pasó por su casa. Famosas son las anécdotas cada vez que invitaba a pasear a los artistas en su bote. Una vez, con Mercedes Sosa, Daniel Toro y otros ilustres músicos, bromeó: "Si el barco se hunde desaparece medio país folklórico". Y ya forma parte del imaginario rosarino aquel episodio en el cual se llevó a pasear a los integrantes de la Sinfónica de Moscú, que había llegado para actuar en Rosario, y terminaron en su casa comiendo los dorados que habían pescado en el río.

Su casa se puso a remate en la última semana y algunos amigos se movilizaron para que su compañera de toda la vida, que tiene problemas de salud, no quedara desamparada.El músico que aprendió a tocar el piano a los cinco años y la guitarra a los catorce se convirtió con el tiempo en uno de los autores más completos de la canción litoraleña. Pero a pesar de eso, no gozaba del reconocimiento merecido. En los últimos años, Muller actuaba en recitales ocasionales -en marzo actuó por última vez-, pero andaba mal económicamente. "Cacho en realidad vivía de la carpintería, tenía un tallercito en el fondo y con eso comía. Pero tuvo que dejarlo a causa de su enfermedad".


Pero todos los males con los que el músico "isleño" tenía que convivir se le olvidaban cuando se sentaba al piano. Chacho Muller compuso hasta los últimos días de su vida. "Fue un tipo que no pasó en vano por la tierra -afirma Carnota-. Hizo cosas con una poética que van a quedar mas allá del transcurso de su vida. En una época donde la tendencia compositiva es el vuelo rasante de perdiz, Chacho Muller perteneció a una generación de cóndores."
Pagina 12
SÁBADO, 17 DE MAYO DE 2008
MUSICA › DISCO Y HOMENAJE, A VEINTE AÑOS DE SU MUERTE

En busca de Remo Pignoni

Pianista refinado, compositor inclasificable, el músico santafesino dejó su huella en la creación de las páginas folklóricas más exquisitas. Patricia Lamberti presentará hoy un CD que reúne algunas de sus canciones menos conocidas.






Con Remo Pignoni sucede lo que con los genios mansos, esos cuyo anecdotario nunca termina de cumplir los trámites necesarios para entrar en la historia oficial: se los suele comentar más de lo que se los conoce. Es inevitable, acaso porque esa intuición sobre lo que podría ser se convierte en una forma piadosa del saber, mientras la obra espera su descubrimiento definitivo y la aprobación de lo que con fervor sociológico las industrias culturales llaman “el público”. El jueves se cumplieron veinte años de la muerte de este músico santafesino, pianista refinado y compositor dulcemente audaz, cuyo espíritu, en su madurez, se recostó con elegancia sobre las formas y los ritmos del folklore. La edición de un disco con páginas inéditas y el recuerdo de sus colegas rinden homenaje a esta figura singular de la música argentina.
En Rafaela, donde nació en 1915 y pasó toda su vida, es difícil hablar de música sin que la figura de Remo Pignoni venga a cuento: es autor del himno de la ciudad, de la marcha deportiva Albiceleste del Club Atlético Rafaela, la Escuela Municipal de Música lleva su nombre y, desde hace diez años, el mes de mayo está dedicado a difundir su vida y su obra. Hasta un candidato a intendente –que resultó electo– utilizó en 1991 su huella “Por el sur” como columna sonora de su campaña. En otras latitudes, en cambio, la selecta consideración de lo que se conoce de su obra lo incluye en la enmarañada categoría de “músico para músicos”. Algunas de sus composiciones fueron publicadas por la Editorial Lagos y se conocen tres discos suyos, hoy casi inhallables: El habitante del silencio, grabado en 1971; De lo que tengo, un álbum doble editado en 1981 con el apoyo de la Municipalidad de Rafaela, y Música argentina, grabado entre 1984 y 1985.
Recientemente la pianista Patricia Lamberti publicó para el sello Acqua Remo Pignoni. Inédito, un trabajo con veinte composiciones no conocidas del rafaelino. El disco incluye un track interactivo con la edición Epsa Publishing de las partituras de las obras interpretadas. Se trata sin dudas de un aporte importante para la reconstrucción y la mejor comprensión de una obra extensa y sorprendente, a veinte años de la muerte del autor.
“Conocía la música de Pignoni a través de las copias truchas que circulan de sus grabaciones”, cuenta Lamberti. “Un día el periodista rafaelino Raúl Vigini me comentó que Dorita, la esposa de Pignoni, tenía muchas composiciones todavía inéditas. Me interesó conocer ese material, las composiciones eran tan interesantes que con Vigini al poco tiempo decidimos hacer este homenaje. Lo notable de Pignoni es que abordó todos los géneros folklóricos y cada uno suena como lo que es; cada obra está meticulosamente escrita. Por eso en este disco me ajusto a interpretar la partitura tal cual está, sin añadir nada.” Hoy a las 21 Lamberti presentará el disco en el Centro Nacional de Música (México 564), con entrada gratuita.
Docente de Música en la Escuela Normal Domingo Oro, durante cuarenta años, y de la Escuela Nacional de Comercio de Rafaela, hasta su jubilación, Pignoni fue además pianista de varias orquestas típicas, con las que recorría su zona animando fiestas. Comenzó a componer folklore recién a los 43 años, después de que en la casa del recordado Tucho Spinassi, en Rosario, escuchara tocar al admirado Adolfo Abalos. “Se había apoyado debajo del dintel de la puerta, fumaba y escuchaba tocar a Adolfo; su cara era un sol de contento”, recuerda la pianista y compositora Hilda Herrera, presente aquella noche. “Yo tengo que hacer esa música”, dice que dijo. Entonces comenzó a forjar una producción notable en calidad y cantidad, que dejaría alrededor de 200 obras, miniaturas exquisitas, fundamentalmente para piano, entre las que también hay algunas páginas para guitarra y estudios para bandoneón.
“Con Remo tuvimos una amistad profunda y tierna –recuerda Herrera–; una vez por año venía a Buenos Aires. Llegaba con un portafolio lleno de partituras, se hospedaba unos días en un hotelito de avenida de Mayo y venía a casa a mostrarme sus cosas. No puedo olvidar la cara de alegría que tenía cuando las tocaba, se le iluminaban los ojos.” “Como compositor fue inclasificable –agrega–; su música tiene una gran personalidad, es inconfundible. Era un gran admirador de Carlos Guastavino y eso se nota. No fue un gran melodista, pero sus construcciones armónicas eran muy originales y se potencian en un lenguaje pianístico notable, que reflejaba una orquesta. Su técnica pianística era asombrosa; tenía las manos regordetas y los dedos cortos, y su manera de tocar era muy particular, no movía casi los brazos, jamás golpeaba las teclas y usaba muy poco pedal. La fuerza estaba en los dedos y en la expresión.”
Una de las pocas veces que Pignoni tocó en Buenos Aires fue en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín. “No fue una presentación muy trascendente, la gente no lo entendió”, evoca Herrera. “Una vez en Paraná se hizo un encuentro de pianistas –agrega– y a Remo le tocó compartir la noche con el Cuchi Leguizamón. Cuando el público vio entrar a un señor de traje y corbata que con esa timidez que tenía para todo colocaba sus partituras sobre el piano, comenzaron los murmullos en la sala. Empezó a tocar y fue la locura: no paraban de aplaudir y de pedir otra.”
Manolo Juárez, otra referencia ineludible del piano en la música argentina, lo recuerda con toda la sencillez de un tipo de campo. “Me lo presentó Hamlet Lima Quintana –cuenta–. Por su simplicidad y su timidez, tenía todo el aspecto de un hombre del campo, tanto que cuando lo vi pensé que tocaba el acordeón o una cosa por el estilo. Nos fuimos a un bar a tomar un café y era de muy pocas palabras, casi temeroso, después volvimos a Sadaic y se puso a tocar sus cosas al piano, que eran hermosas. Además, las tocaba fenómeno.”

El gusto por la danza, que se traduce en el respeto por las formas y el vigor rítmico, y una franca apertura armónica, entre otras características, hacen de Pignoni un músico que para Juárez es de difícil clasificación. “Su música no tiende hacia las formas abiertas –explica–; él conocía bien las formas de la música folklórica argentina, y en este sentido se lo podría colocar más cerca de la música de cámara de los autores nacionales, de Constantino Gaito, de Guastavino. Fue uno de los que intentó pensar distinto en la música argentina, por eso hace falta recordarlo.”


No hay comentarios:

Publicar un comentario